domingo, 4 de marzo de 2012

La pasión de la emoción

La palabra se me escapa de la boca, o más bien del tintero. Se escribe sola, desesperada por ser leída, se agolpa entre las demás, intentando sobresalir. Se embellece con adjetivos y se reviste de conjugaciones nuevas. Se esconde entre las letras pasivas de la mirada poco profunda que hacen aquellos que no les interesa lo que tiene para decir. Y cuando aparecen esos ojos, cuando aparecen los ojos atentos de aquel que, desesperado por la emoción, se infiltra entre las palabras buscando un sentimiento nuevo en cada renglón y revolcándose en recuerdos propios, integrando cada centímetro de poesía en un nuevo momento, una nueva sensación. Se acomoda, despacito, la palabra se coloca en su lugar perfecto, simulando paz, al ser leída, grita desesperada, y su voz suena tan suave y la vez tan potente. Te acecha, se prepara para el momento justo, donde pueda tener acción, donde pueda ser lo que es: una palabra. Una palabra cargada de emoción que al ser escrita estalló en color. Se siente especial, es profunda y en su profundidad se esconde una intención, y esa intención, esa es la que leen los ojos atentos, la que escucha la mirada constante, y la que siente el corazón ardiente por cada renglón.
Eso, esto, es la verdadera pasión de la emoción. La que se siente cuando cada palabra se escribe desde la razón y al mismo tiempo se conecta con el corazón que se acelera en cada texto y se confunde en cada palabra, encerrándose y abriéndose, sintiéndose tocado, sintiendo las caricias y los golpes. Eso, eso señores, se llama literatura.

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