domingo, 4 de marzo de 2012

Tarde en acuarelas

Ayer el sol alumbraba, alumbraba igual que hoy. Sólo había tenues tonos azules en la ventisca que sopló. El resto, de color tibio, anaranjado claro, acariciaba la sonrisa con la que ingenuo me observabas. El pasado se hizo eterno, eternamente inaccesible, me sentí tan presente que el futuro fue impredecible. Era el color azul del cielo o el verde de los árboles altos, el que ilustraba aquella historia de forma casi encantada. Me sentía una pobre tonta, disfrutando de un día de invierno, entre las flores de aquellos cuentos que habíamos mantenido en un mundo secreto.
Los momentos se hacen eternos, más cuando se los pasa en papel, cuando los corazones a quienes une, se funden en un solo ser.
Ni era el tibio sol, ni la fresca ventisca, lo que volvía al cielo azul. Ni eran las finas hojas de aquellos árboles de cuento de hadas, ni eran tus claros ojos, lo que el mundo coloreaba. Eran más bien, el calor de tu aliento, respirando tiernamente acariciándome el pelo, lo que le daba ese color anaranjado a todo, cuando estabas a mi lado.

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