domingo, 4 de marzo de 2012

Tarde en acuarelas

Ayer el sol alumbraba, alumbraba igual que hoy. Sólo había tenues tonos azules en la ventisca que sopló. El resto, de color tibio, anaranjado claro, acariciaba la sonrisa con la que ingenuo me observabas. El pasado se hizo eterno, eternamente inaccesible, me sentí tan presente que el futuro fue impredecible. Era el color azul del cielo o el verde de los árboles altos, el que ilustraba aquella historia de forma casi encantada. Me sentía una pobre tonta, disfrutando de un día de invierno, entre las flores de aquellos cuentos que habíamos mantenido en un mundo secreto.
Los momentos se hacen eternos, más cuando se los pasa en papel, cuando los corazones a quienes une, se funden en un solo ser.
Ni era el tibio sol, ni la fresca ventisca, lo que volvía al cielo azul. Ni eran las finas hojas de aquellos árboles de cuento de hadas, ni eran tus claros ojos, lo que el mundo coloreaba. Eran más bien, el calor de tu aliento, respirando tiernamente acariciándome el pelo, lo que le daba ese color anaranjado a todo, cuando estabas a mi lado.

Nada será igual


Mis ojos mueven descontrolados el contorno de la realidad. A veces creo que he traspasado la franja que me dividía de la fantasía y he llegado a los límites que el mundo mortal ha permitido establecer en mí. No es una cualidad, ni mucho menos un orgullo, simplemente es la presión y la confusión de encontrarse atrapada en un pequeñísimo mundo: mi propia mente. He perdido la posibilidad que alguna vez tuve, de expandirla a fronteras extranjeras, ahora sólo puedo almacenar en ella mil ideas y simplemente exponerlas. Perdí la interrelación que alguna vez tuve con el mundo exterior, perdí la cordura y la capacidad de establecer lazos con los demás. Perdí el interés y la concentración, o más bien me excedí en ella y me transforme en algo extraño y aterrador que analiza demasiado y siempre pide perdón. Soy un pequeño monstruo para los ojos ajenos a mi propio ser, y como los míos son sólo dos, me siento observada con mucho desdén. Y ahora me encuentro, tendida en el suelo, intentando en las nubes encontrar una respuesta, para estos interrogantes que simplemente me asfixian la inconciencia.
Las únicas palabras que rebotan en mi mente son las propias y las que tanto me hieren. Nunca son las dulces, pues mi mente olvidó como amplificarlas, sólo son un suave murmullo que intenta apaciguar tanto dolor escondido en estas entrañas… Un día lo verán todos, todos y cada uno, conocerán este dolor. Y ese día, tienen que saber, nada será igual que hoy…

Cuando el fogón pierde su esplendor..

Y es demasiado tarde para creer que mirar la luna puede saldar mis culpas. Demasiado temprano como para poder estar pensando en un nuevo sol. Pero es el momento justo, para arrimarme a pedirte perdón.
Las hojas del otoño, han podido enseñarme demasiadas cosas, pero la más importante, es que no hay verano que pase más rápido que aquel que se pasa junto a más de un sol, ni luz que se extinga más veloz, que la de la pasión. Nunca más encontré una respuesta para la pregunta que recibí aquella vez, en la que audaz y casi despiadado me hiciste palidecer “¿Y qué hace el ser humano, cuando acostumbrado a la luz del sol, queda en plena noche con el tenue lumbre de un fogón? ¿Qué haces si la libertad, se vuelve una prisión cuyos barrotes son el recuerdo de aquel amor? ¿Qué sucede si el ardor del pasado se hace más eterno que la pasión con la que vives el presente? ¿Es entonces cuando el fogón, pierde su esplendor?”.
Ayer me levanté siniestra, la tenue luz del sol, no podía aplacar el fuego eterno que se había encendido dentro de mí, un fuego que me quemaba, pero no me encendía.
Esa noche, decidí que el corazón es algo más que delicado y requiere de más que sangre para sentirse vivo… requiere de amor.

Dar vuelta a la vida sin preguntarte en que sentido gira.

¿Alguna vez creíste que la voluntad era la mayor virtud del alma? ¿Te creíste nuevo y reluciente y capaz se hace un mundo diferente? ¿Sentiste tu destino en tus manos y el futuro preparado? ¿Creíste poder dar la vuelta a la vida sin siquiera preguntarte en que sentido gira? Y después, te encontraste al mundo, girando y girando sin dirección y sin rumbo. Te preguntaste a dónde irías a parar y te encontraste gritando que no dabas para más. Te escondiste entre penurias en las tardes de lluvia. Te ocultaste verdades, entre miserias y falsedades. Te creíste el ingenuo y sólo eras un pobre indefenso. Te creíste capaz y te encontraste en tu mente sin poder concebir la paz. Creíste en la alegría que emanaba la sonrisa. Creíste en la igualdad, que proclamaba su deidad. Creíste en el dolor, moviendo vidas, pero impulsando luchas. Creíste en la dureza y la tibieza que tiene la verdadera belleza. Creíste sonreírle al mundo y te encontrabas llorando en un rincón oscuro. Sonreíste con pesar, que por más que fuera difícil… lo ibas a intentar.

La insensatez más peligrosa y más deseada.

Ya no tengo el color con el que ostentosamente, solía pintar las letras con las que escribía tu nombre. Ni tengo aquellas palabras con las que intenté una vez, escribir una carta que pudiera decirlo todo. No tengo ni el color brillante, ni la luz cegadora con la que tú figurabas en mis recuerdos, ni el silencio ensordecedor, pero apaciguador del insistente grito que calla. Tengo mil lágrimas que contar y mil recuerdos que guardar, tengo problemas entre las mantas y mantas entre cada problema. Tengo sonrisas que resguardar, pero aún me falta quien las resguarde. Pero ¿Sabes que es lo que aún no tengo? No es tu voz, ni es tu palabra, con los recuerdos me sobra y basta. No, va más allá de la simple delicadeza con que suavemente instabas amor a cada centímetro de mi cuerpo y al triste recuerdo del cruce incesante de las promesas del ingenuo. Va más allá de cada segundo que hemos pasado y de cada momento que he imaginado. Esto se escribe entre puño y letra, pero pocos saben apreciar la magnificencia y el poder cegador que tiene esta palabra y esta insensatez. Pocos conocen el poder que este alberga y lo terrible que puede ser. Pero es que pocas personas, entienden lo difícil que es concebir el olvido y lo insensato que es dejarse concebirlo.

Ardiente y Eterno

¿No sentiste nunca que el silencio te embriagaba y que los gritos se ostentaban algo bello y prometedor? ¿Nunca viste en las palabras algo más que lo que dicen y menos que lo que quieres ver? ¿No sentiste jamás que el mundo se tornaba duro y que las estelas de luz del cielo se transformaban en mayor oscuridad que la que veías tú en las noches de desvelo? ¿Es que no has conocido el silencio, tan amargo como hiel, de quien se encuentra entre las olas queriendo ahogarse y respirar a la vez? Tú nunca has sentido la desesperación, mi hermano, de que el aire sea frío y el dolor infrahumano, cuando el mundo se transforma rápidamente en el infierno y el frío se torna denso, más denso que el invierno, más denso que el Polo Sur, se torna eterno y descarriado y a la vez ardiente, ardiente y eterno. Hazme caso que nunca querrás sentir este dolor…

Una trampa mezquina, armada entre ojitos bellos y sonrisas tibias.

Me callé, ya no tenía a quien gritarle lo esperado, lo que tantas veces y con mucho cuidado había formulado, eran palabras vanas en un oscuro recuadro, recalcándome hora tras hora que nunca lo había intentado. Me escondía entre las miradas que dulcemente había dedicado a dos colores acostumbrados, el de la tinta y el encuadernado.
Te escuché decir mi nombre, tal vez fue un sueño, tal vez, un accidente, pero en ese instante supe que jamás podría salir de aquella mirada fugaz, en la que me encerraste cuando sin poder y sin querer, fuiste tú mismo sin importarte el corazón. Te ponías de pie primero y siempre ensañabas el pecho inflado, gritando con todas las fuerzas posibles que tu futuro, no lo tenías pensado. Gritabas demasiado, pero nunca me aturdiste. Los mensajes que con afán intentabas contarle al mundo, eran demasiado claros para transformarse en ruido o en disturbio. Eras demasiado tú, y yo demasiado yo, y así fue que caí en una trampa mezquina, armada entre ojitos bellos y sonrisas tibias.
Nunca pude entender, cómo hacías tú para ser mi príncipe sin siquiera notar que eras de la realeza, ni como hacía yo para creer tan puro, algo tan mundano como un niño con franqueza. Lentamente y sin apuro en la trampa había caído, ya era tarde para mí, no sólo por tu voz, sino también por mi oído…

El grito cegador del metal..

Sentí el calor inundar mis venas, sentí el aire apresurarse a mi garganta, preso de alguna prisa inexplicable. Sentí el dolor girar entorno a mis ojos, pero sin tocarme, simplemente, rodeándome, llevándome poco a poco con él. Sentí el silencio, atormentando mi voz. Escuché un silbido que el viento, amedrentado, dejó escapar.
Me senté sola entre la multitud de personas, que ignorantes a mi presencia seguían avanzando, seguían corriendo, huyendo ¿De qué? No lo sé. Tal vez yo también ignoraba algo en sus vidas.
Sentí la presión en el pecho y luego en cada centímetro de mi piel. Me sentí gritar, pero me apresaba el silencio. No veía a la gente avanzar, sólo veía el mundo girar entorno a un eje imposible. Sentía el llanto rebalsando y las lágrimas escapando, pero también sentía la piel seca, destruida. Escuché un golpe, o tal vez alguien me golpeó, simplemente sé que algo malo había hecho o eso decían ellos. Amanecí en un lugar extraño, sin saber donde estaba, sólo sentí el frío grito del metal envolver todo en oscuridad…

La belleza en lo incierto del futuro

La vida, la belleza del porvenir. Del misterio y de la sensación de plenitud. La sensación de expansión, de que tu mundo crece, tu vida crece, tu mente crece. Las palabras que te llenan la mente, inundando el silencio con leguas de sonidos extraños, de palabras ingratas y palabras de esperanza. Nos llenamos de momentos y de pensamientos, de experiencias y de sueños, de ilusiones y falsedades y nos llenamos de vida. Nacemos con la posibilidad de vivir, nuestra vida es la elección de dar cada paso hacia delante, buscando el camino correcto o el incorrecto, pero siempre abriendo el paso, hacia la nada que lo es todo. Hacia un mundo desconocido, lleno de misterios por descubrir, de secretos que encontrar y de preguntas que hacer.
Vivimos, vivimos buscando la felicidad, más bien creo que debemos vivir felizmente, sin buscar nada, sólo viviendo. Sólo buscando entre cada paso el mejor camino hacia lo que se aproxima. No vivir apurado, no vivir con el corazón al cuello, gritando por lo equivocado. Vivir exhibiendo sonrisas, y también las lágrimas, que se ocultan constantemente tras la mirada disimulada, llenando de dolores el ojo hasta estallar en llanto. Debemos vivir conociendo que desconocemos lo que algún día vamos a conocer, es decir, vivir sabiendo que se aproxima algo nuevo, y eso, eso es lo lindo.
Vivamos luchando por un sueño, un sueño que nos llene de emoción, no nos deprimamos sino lo logramos, disfrutemos el momento de acción. Vida hay una sola, mejor vívela alegre, vive con emoción. No te canses nunca de sonreír, es la mejor cara que le puedes dar al dolor.

La pasión de la emoción

La palabra se me escapa de la boca, o más bien del tintero. Se escribe sola, desesperada por ser leída, se agolpa entre las demás, intentando sobresalir. Se embellece con adjetivos y se reviste de conjugaciones nuevas. Se esconde entre las letras pasivas de la mirada poco profunda que hacen aquellos que no les interesa lo que tiene para decir. Y cuando aparecen esos ojos, cuando aparecen los ojos atentos de aquel que, desesperado por la emoción, se infiltra entre las palabras buscando un sentimiento nuevo en cada renglón y revolcándose en recuerdos propios, integrando cada centímetro de poesía en un nuevo momento, una nueva sensación. Se acomoda, despacito, la palabra se coloca en su lugar perfecto, simulando paz, al ser leída, grita desesperada, y su voz suena tan suave y la vez tan potente. Te acecha, se prepara para el momento justo, donde pueda tener acción, donde pueda ser lo que es: una palabra. Una palabra cargada de emoción que al ser escrita estalló en color. Se siente especial, es profunda y en su profundidad se esconde una intención, y esa intención, esa es la que leen los ojos atentos, la que escucha la mirada constante, y la que siente el corazón ardiente por cada renglón.
Eso, esto, es la verdadera pasión de la emoción. La que se siente cuando cada palabra se escribe desde la razón y al mismo tiempo se conecta con el corazón que se acelera en cada texto y se confunde en cada palabra, encerrándose y abriéndose, sintiéndose tocado, sintiendo las caricias y los golpes. Eso, eso señores, se llama literatura.

No entienden...


Cuando mis ojos están húmedos, por más que diga una y otra vez que es el sueño, algo en mi ojo o que bostecé, siempre deberías saber que hay algo detrás de ese brillo. Cuando mi boca tiembla, nunca me creas si digo que es frío. Cuando no te miro a los ojos, no hago otra cosa que contener un suspiro.
Cuando estoy mal, suelo fingir alegría sólo porque necesito que se den cuenta. Pero la gente no entiende.
Cuando digo que no quiero hablar, es porque necesito hablar urgente. Pero la gente no entiende.
Cuando digo que te vayas, es porque más que nunca necesito alguien a mi lado. Pero la gente no entiende.
Cuando presiono los ojos fuertemente, intentando perderme en la oscuridad que alberga mi interior, es porque no puedo soportar tanta luz sin el brillo que busco yo. Pero la gente no entiende.
Cuando mi voz tartamudea y suena ronca pero apagada, nunca me creas que es porque estoy “algo cansada”. Pero la gente no entiende.
Cuando miro hacia abajo y dejo de mirar el cielo, es porque olvidé como encontrar en las nubes dibujos alegres y tiernos. Pero la gente no entiende.
Y lo que nunca entenderá la gente, y es lo que me hace sentir tan sola en este mundo, es que por más que el aire sea tibio y finja tener una sonrisa en el rostro, cuando mis ojos están distantes, lo que de verdad alberga mi interior es algo más triste que el odio. Nunca aprendí a odiar, simplemente, es algo enorme y duro llamado soledad.

Mantener la calma


Colores que pierden su esplendor, cuando la verdadera luz que los iluminaba se convierte sólo en la triste oscuridad que esconde tantos misterios. La soledad se impregna en cada centímetro de mi piel destruyendo el calor que alguna vez supimos albergar en ella. La tristeza crece, desde lo más profundo de mi alma y explota en mis ojos, dejando tras de sí el estallido de un grito que no oigo como propio, sino lejano y ajeno a mí. Inmersa en mi desesperación, me suelto las necesitadas cuerdas que alguna vez ataron mi dolor, y dejo que mi cuerpo fluya, fluya en la amargura. Mis pies pierden el control, se agitan descarriados y distendidos intentando encontrar en el aire donde se retuercen algún camino que ya hace mucho he perdido. Destituida de mi propio cuerpo, he perdido el famoso control que alguna vez había ejercido sobre cada parte de él. En el instante en que las luces se apagaron, me encontraba tan quieta, intentando en la quietud no desfallecer. Pero a estas alturas, me ha ganado el dolor y la victoria se la monta en un agitado y destructivo show.
No hay más lágrimas, ni más gritos. Sólo yo y un asfixiante calor. He perdido tus palabras, tus orgullos y tus miradas. Ya el ardor ha perdido el claro sentido que alguna vez tuvo. Y sólo es eso…ardor.
Mis ojos se han escondido en la entrañable oscuridad y han olvidado que un día, ella los traicionará. Mis manos están tiesas y no encuentran de dónde agarrar, pero han fingido que en los oscuro hay una baranda que las cuidará. Mis labios…no, ellos no se engañan, pero han aprendido a callar, no sea que en un momento de gritos, mis manos y mis ojos pierdan la estabilidad que, con mucho dolor, de mentiras y destrucción, han aprendido a adoptar amarrados con las cuerdas del control casi letal. Es importante mantener la calma, pero ¿Hasta qué punto esto es verdad?

Río de lágrimas


Y en el perfil de aquella noche, se vislumbraba el oscuro arder, de las horas que pasé bajo la lluvia, intentando ver dónde había que hacer. Me sentí tan destruida en aquel paraje de colectivo, cuando el color del cielo gris, se hizo inmediatamente mío. Sentí el calor duplicar mi ser y al mismo tiempo el frío asfixiante que me traspasaba los finos guantes. Sentí el adiós tan impactante y desolador ser únicamente un adiós, en un mar de dolor. La lluvia no me ayudó, siempre tan bella, hoy me torturaba gota a gota. El dolor se volvió insoportable, cuando las calles inundadas comenzaron a rebalsar. El agua tocó mi calzado de tela y lo atravesó de forma fugaz.
No habría más cálidos abrazos, ni suaves besos. No habría más una pequeña fogata de amor, en las noches de tormentas heladas. Ni habría jamás, un sol en los días nublados cuando la vista hace que duela y es mejor mantenerlos ojos cerrados…Ahora, sólo habría frío y lo más cercano al calor, sería aquel ardor que me mortificaba cada centímetro de mi piel.
Subí los pies de forma intuitiva, intentando protegerme así de algún golpe que estaba por chocar contra mí. Tal vez, en realidad sólo intentaba sacar los pies del agua, cuyo nivel subía cada vez más. Mis ojos perdieron la capacidad de ver el mundo, cuando lejos de verte a ti, sólo veían el bar inmundo, donde sin más que una gota de sudor agotador, me dijiste que no querías nunca más decirme: “amor”. Desapareciste aquella noche, sin más pistas que las palabras que se había llevado el viento. Y hoy estoy aquí, intentando encontrar la cola del cometa que una vez figuraste ser en mí. Intentando que tu aroma me lleve a dónde te escondes y que tus ojos me miren otra vez.
La tormenta se ha hecho más fuerte, el frío ardor que siento en el pecho, se ha transformado en una puntada hiriente. He decidido no moverme, ¿O es el frío quien me retiene? Mis ojos manchados de rojo, no dejan de despedir lágrimas de odio, ¿Dónde estás que no vienes a salvarme? ¿No dijiste una vez que me cuidarías por sobre todo? He perdido la posibilidad de decir, ya no hay más que agua rodeándome a mí, ¿Son mis lágrimas o es la lluvia? Ya olvidé como diferenciarlas. E inmersa en un río de dolor, dejo que me lleve, a la deriva de un corazón roto. Y el agua me está llevando, ya no estoy más en el pequeño refugio que me protegía del impacto de las gotas heladas, ni estoy más observando el inmundo bar, donde nunca más te podría dejar de amar. No hay más sonrisas bellas, detrás de mis pupilas húmedas, ni más recuerdos gratos entre mis manos ahora tan lúgubres. He dejado atrás la capacidad de respirar el aire glacial, el agua me lleva tan tierna, que me mece en su corriente. Sus manos ya no son tan frías, ahora me tratan de forma tibia, me han despojado de cada dolor y en mi mirada fija sólo hay calor. Mis manos, no oponen más resistencia y se mueven continuas al compás de la marea. La ciudad, se ha convertido en un punto, un punto lejano, donde en alguna cuadra de aquellas mugrosas calles, hay un bar inmundo, donde sólo te pido que calles…