martes, 7 de agosto de 2012

Patriotismo de plástico


2 de abril de 1982

Rosario, Argentina.

A quien encuentre esta carta, donde el viento decida llevarla, como me ha decidido llevar a mí, lejos de esta tierra que me crío y hoy me despecha frente al interés codicioso de unos pocos:

Escribo estas palabras, porque posiblemente sea la última oportunidad que tenga para plasmar en el papel este horror, este miedo que siento que paraliza hasta el más ínfimo movimiento de mi cuerpo, dejando el tortuoso eco de los latidos de mi corazón, retumbar en mis oídos en una cuenta regresiva de una bomba a punto de estallar… y cuan en serio digo estas palabras.
Hace muchos años, me robaron la identidad. No, no me asesinaron, ni me secuestraron, ni me vendaron los ojos con un paño negro, ni me taparon la boca con las manos de la mentira. Ni mi cuerpo conoció la tortura, ni mis ojos vieron el dolor. Pero tal vez,  y sólo tal vez, me hicieron un poquito de cada cosa. Hace 6 años, un pequeño grupo de gente, que se creyó mejor que los demás, quiso suponer que tenía el derecho y hasta obligación, de robarme el nombre, de robarme mi nación. Escondieron una verdad y la taparon junto con mentiras. Montaron sobre la represión, un circo donde los mejores payasos, eran los propios civiles: fingiendo no saber, fingiendo no ver, fingiendo no escuchar y hasta ostentándose de su ceguedad, fingiendo hacer el bien, fingiendo que nada sucedía, fingiendo…siempre fingiendo que todo seguía bien, que las mentiras eran verdaderas y que “Algo habrán hecho” para que se lo lleven de esa manera.
Y al final, acá estoy, intentando cegar mis ojos una vez más, a esta gran mentira con la que algunos, me intentan uniformar. Mis ojos ya no miran al horizonte, sólo miran al vacío, que es aquello que siento en el alma. Cuando por primera vez sonó la noticia por la radio, el dolor fue muy intenso, sentí que una bala me perforaba el pecho , y ahora le temo tanto a ese dolor. Cuando la televisión le hizo propaganda y las calles se llenaron de patriotismo de plástico, mi propio corazón fue reemplazado por un órgano artificial, que no me daba vida, sino que me mantenía parado allí donde estaba, mirando paralizado la multitud que festejaba. Me acordaba tristemente, del mundial 78’ donde  todos gritaban “Gol” y muchos otros, gritábamos de odio, pero muchos más… muchos más simplemente gritaban.
Me encuentro sentado, en el techo de esta humilde casa, observando como el odio y la movilización popular, se dispersan en el nacionalismo falso que tan fácil nos saben impregnar. Observo sus ojos convertirse de rojo a celeste y sus manos transformarse de fuerza en aplausos. Observo sus bocas, abandonar la palabra “Justicia” y llenarse de barbaries e insultos, para quienes nunca antes habían odiado. Observo los pies retroceder en sus pasos, olvidando el camino que la lucha popular prohibida y criminalizada, había trazado muy despacio. Observo el dolor, ser olvidado. Observo las culpas ser saldadas. Observo a todo el pueblo mirándome con cara esperanzada. Y yo… yo me observo en el espejo, y no veo más que un niño de 16 años, con un uniforme que le queda grande y unos zapatos donde nadie más querría estar. Veo el cielo sonreír con maldad, es el mismo en todos lados… allá en Malvinas también me va a abandonar.
Y me asesinaré, me destruiré, perderé todo vestigio que quedó de mi pasado, perderé toda ilusión que monté en mis manos, perderé los sueños que tuve y los triunfos que he logrado, perderé las sonrisas y las miserias, me esconderé en lo más profundo de esta mentira, hasta creerme en mi propio cuerpo que estoy defendiendo a la patria argentina. Me proclamaré soberano, sobre a las tierras que nunca antes había pisado, me creeré impune y me creeré fuerte, me creeré eterno y seré un simple combatiente. Al igual que los que me asesinaran, destrozaran y me harán perder mi pasado, sólo soy un soldado jugando a defender algo en lo que no creo y por lo que no he optado.
Y se escucharán los gritos en las calles, la alegría en el hogar, se despejarán los miedos y las inseguridades, se destruirán los muros que nos impedían nuestra libertad, podremos ser por fin soberanos sobre esta tierra que siempre hemos querido recuperar… ¿Y yo?
Algún día podrá ver el pueblo argentino, que las maniobras desesperadas de ocultar descontentos generales, el movimiento popular y esa sed insaciable que tiene la juventud por la libertad, son sólo eso: maniobras desesperadas. Y así mi cielo volverá a ser celeste y mis ojos verán el horizonte, por más que hayan dejado de ver. Mi sangre podrá reunirse una vez más, con la de los próceres que defendieron la libertad, con las tierras que me verán resucitar, esas tierras que me despecharon desde temprano y por una vez, dejarán volver a su hijo bastardo. Podrá la paz reinar por sobre la guerra, nos olvidaremos de todo misil, y será fusil sólo aquella palabra que es más fuerte que sus mentiras: justicia.
No sólo se arrepentirán de haber caído en esta trampa, sino de haber cambiado mis soldaditos de plástico, por soldados de verdad, que todavía tenían mucho más por jugar, y un patriotismo sano y libertario por uno hecho de banderitas de plástico, donde sólo tiene lugar un grito: no es el de la justicia, no es el de la libertad, no es el de la memoria, no es el de la igualdad; el grito de la guerra, guerra jurada en nombre de la paz. Un grito que no defiende patria, no defiende al pueblo, sólo me manda a morir, en manos de aquel infierno.

Una víctima más, de una guerra de falsedad.