El camino se hacía extenso bajo
los pies de aquella niña. Harta de los gritos de su madre, había optado por dar
un paseo por el trecho largo que rodeaba el lado viejo del parque. Decían que
si la noche te encontraba oculto entre las sombras de aquellos árboles, un
terrible espectro se te aparecía y nunca más llegabas a destino. Por supuesto,
era tan sólo una leyenda que contaban en el pueblo, y la niña ya era demasiado
grande como para creer en esas historias, tenía 9 años y ocho meses, no había
nada a lo que temer, tan sólo la brisa meciendo suavemente las ramas de los
árboles.
Había caminado lento desde el
momento en que dejó de ver la silueta pequeña de la última casa de su cuadra,
frente a la que estaba el parque, grandioso como sólo él. Sin embargo esa era
la parte nueva del parque, con árboles de altura mediana, pasto cortado al ras,
una hermosa vista hacia el río, protegida por barras de metal y un tejido fino
por el que nadie se podría caer. Pero luego de cerca de diez minutos de
caminata, si ibas en el sentido correcto, por el que casi nadie solía ir, te
encontrabas con el lado abandonado del parque. Los árboles altos, el pasto
descuidado, de un verde tan fuerte que se te quedaba impregnado en los ojos, el
terreno sinuoso, escaleras de piedra que a veces había que esquivar porque
resultaban más peligrosas que treparse por el húmedo pasto. Pero había algo que
caracterizaba por encima de todo a esta parte del parque que parecía arrancada
de un cuento de hadas de los hermanos Grimm: el silencio. No podías escuchar en
aquel rincón, más sonido que el de tus pasos, el de las ramas y hojas secas
crujiendo bajo tus pies (sobre todo durante un otoño como aquel), el de las
pequeñas alondras cantando al raspar el cielo con sus uñas y el del río que
chocaba estrepitosamente contra las rocas debajo de la barranca. Un murmullo
lejano del sonido del parque nuevo, a veces se colaba por entre la brisa que
atravesaba los árboles, pero no más que eso, un murmullo. Es bello el sonido
del silencio, cuando el ruido de la mente es demasiado fuerte para poderse
escuchar.
La niña se sentó sobre un tronco
caído y seco, aún le quedaban algunas horas antes de que el sol se pusiese, por
lo que no tendría que temerle a la oscuridad, ni a lo que estuviese en ella…ni
a lo que pudiera aparecerse dentro de ella. La mañana había sido complicada, la
tarde más aún, las relaciones con su madre siempre lo habían sido ¿Y con su
padre? Ni hablar, no hay relación más complicada que aquella que no comienza
con un “Buenos días” ni acaba con un “Buenas noches”. Ella lo veía al
levantarse cuando él cerraba la puerta tras de sí, dirigiéndose a la parada de
colectivo, esperando a llegar a la estación donde tomarse el subte. Luego, lo
veía nuevamente entre sueños, cuando algo perdida, él le daba un beso en la
frente al llegar del trabajo, cerca de la madrugada, cerca de la hora de
levantarse, siempre cerca de todo y a la vez tan lejos. La vida para ellos era
así, para su familia, para su gente, para esos que solían llegar a fin de mes
recogiendo monedas del suelo, comiendo una y otra vez sopa durante la noche,
salteándose almuerzos, disfrutando de la sencillez de un paisaje, o de un
silencio como ahora hacía la niña.
El río estaba más tenso que de
costumbre, destruía a su paso las ramas y troncos que había en su superficie.
Embravecido, furioso, destructivo, ¿Qué le pasaba al río? Por un instante se
sintió un poco río al recordar su
estado de locura cuando se fue de su casa, y allí estaba ahora sentada en aquel
árbol, tranquila, sin más preocupación que la de un río un poco más loco de lo
normal, ¿Realmente esa preocupación era poco?
-“Después del huracán siempre
llega la calma”, tranquilo río, ya vas a volver a ser el mismo.- Le dijo muy
despacio y sonriendo abiertamente al cuerpo de agua.
Una hoja seca chocó contra su
cara, ¿Había sido eso una señal de haber escuchado o una bofetada por parte de
la naturaleza? Siempre de forma tan críptica, el mundo le hablaba a las
personas.
-
¿Estás enojado? ¿Te hicimos algo?
El río no contestó, tal vez nunca
lo había hecho. Una ola muy fuerte chocó contra una de las piedras grandes de
la barranca y la separó del resto, lo que provocó otro fuerte oleaje hasta que
la roca estuvo por fin en la parte más profunda del río, donde la corriente la
llevaba sin ningún problema. Era curioso ver como el río lo arrastraba todo,
¿Hasta donde lo llevaba? La niña se lo preguntaba constantemente, había crecido
junto al río, se había acostumbrado a él, un enorme mecanismo que se lo llevaba
todo, tú le dabas algo y lo perdías para siempre, de todas formas al segundo traía
consigo nuevas cosas, pero nada se conservaba, las cosas no duraban y no había
tiempo para distraerse, no había tiempo para pensar en la corriente, en donde
terminaba, en donde terminaba uno mismo, ¿Qué sucedía cuando las piernas ya no
podían sostener el cuerpo? ¿Se caía uno en esta barranca de baranda floja,
hecha de maderas viejas, con clavos oxidados y seguros gastados? ¿Quedaba uno a
merced de esta corriente? ¿Tan sólo en ese momento lograba averiguar a dónde
llevaba el río?
La niña comenzó a adormecerse
entre estos pensamientos tan extensos, sintió que había mucho más que
preguntarse dentro de cada una de sus preguntas, pero estaba cansada y el sol
todavía estaba en lo alto. Sería mejor descansar un poco, recostada en aquel
tronco, luego podría seguir su recorrido, tranquila, ahora podía dormir en
aquel silencio, ese silencio hermoso…hermoso y misterioso.
Un extraño grito…no, el susurro
de un grito, la despertó repentinamente, provenía del lugar donde el bosque era
un poco más tupido, donde el parque se había dejado perder entre los misterios
de la naturaleza, donde los viejos decían, está el espectro. En la nada de la
noche, en aquel silencio sepulcral que ahora no hacía más que aterrorizarla,
una rama se rompió bajo un peso desconocido ¿Sería un pie? ¡Pero los fantasmas
no tenían pies! ¿O sí? ¿Sería un animal? No había visto ninguno en la ida, ¿Por
qué los habría en la vuelta? Sin embargo, sabía que ese parque era utilizado
por los perros como un buen refugio, por lo que podría haber sido un perro…¡Crack!
¡Más ramas rotas! ¿Quién estaba allí? Una pequeña luz se asomó por entre los
árboles ¡Era el espectro! Definitivamente si tenía pies y pesaba igual que un
ser humano. La luz mortecina se aproximaba, por lo que la niña corrió a
esconderse por el lado opuesto de los árboles, esos árboles que se encontraban
junto a la barranca, bien anchos, lo suficientemente anchos para ocultarla a
ella cómodamente.
Intentó contener la respiración,
no soportaba aquella tensión, escuchaba pasos silenciosos acercarse hacia el
lugar donde se encontraba. Una voz algo llorosa, destruida por el largo paso de
los años, de los siglos, de los milenios (¡Quién sabe de cuando era aquel
espectro!) la llamó, la llamó por su nombre, pero ella no salió.
El río a su lado, se embravecía
aún más. “¿Es eso lo que me querías avisar? ¿Me querías echar? ¿Me querías
prevenir?” pensó la niña desesperada, asustada, llorando desconsoladamente. Una
mano la tocó y vio de reojo la luz fantasmagórica que provenía de allí. Sin
pensarlo, giró rápidamente en sentido contrario y saltó la barrera de madera.
“Si me intentaste ayudar una vez, intentalo de nuevo” pensó la niña hablándole
al río, a aquel río que nunca escuchaba, que sólo corría, corría ¿De qué
corría? Ya no importaba, el corría y ella necesitaba correr… Cuando la mano
volvió a sostenerla fuertemente, no dudó más. La niña saltó. Saltó al río. Al
embravecido, furioso y destructivo río. Antes de caer en picada, logró girarse
un instante para ver a su perseguidor a los ojos.
Su último pensamiento fue “’Mi
madre es un espectro, la he matado de angustia al escapar de casa!”. Y la niña
cayó.
Sin embargo, aún no sabe donde
lleva el río, sólo sabe que el agua es más fría de lo que parece y la
destrucción, ese río si que destruye. No destruye por su rapidez, sino por sus
obstáculos. No importa en que carril estés, siempre debes ir a la misma
velocidad, no importa cuantos obstáculos tengas, no importa que tan difícil te
resulte nadar, siempre viajas, siempre rápido. Nadie llega al final. No al
final del río. No al mar. No a la libertad. Atrapados. Atrapados en una carrera
inacabable. Una carrera eterna. Algunos le llaman vida, yo la llamo sistema.
El río sigue corriendo, la madre
sigue llorando…