miércoles, 16 de noviembre de 2011

Tormenta

Todo se vio reflejado en la pequeña gota de un charco, el grito, la desesperación, las corridas. Tal vez era una lágrima tal vez era la lluvia, nunca lo supe, sólo recuerdo el fugaz relámpago que me sacó del ensimismamiento. Luego vino el trueno, me sentí asustada, sentí el frío recorrer mi cuerpo y el calor implacable del miedo contrarrestándolo. Me encontraba perdida, sola, deprimida. Sólo podía recordar momentos, o ¿Tal vez fue mi imaginación? No lo sé, pero el grito sí que era real. Desesperación, miedo y por fin…el silencio.
La memoria, “¿Para qué rayos existe?” me pregunté. Sólo podía torturarme, me volvía a sentir aplastada por aquel cuerpo, volvía a sentir el calor de la sangre que me escurría de la sien, como una lágrima que se había escapado de la fría semblanza que intentaba aparentar. No sé cuanto tiempo estuve atrapada escuchando gritos, tal vez sólo fue un minuto. Pero ese grito, ¡Ay! ¡Ese grito! ¡Cómo me torturaba ahora! Me sentía prisionera de la culpa, de la complicidad, sentía que no haber dado la vida por él me hacía tan culpable como al monstruo que lo hizo…Pero no, era el momento de volver a la realidad, a la triste realidad. Miré hacia delante, la calle oscura, la lluvia que arreciaba contra los árboles, y los árboles que se movían en una excéntrica danza. Me sentí más sola que nunca, y en esa oscuridad surgió una luz. Creí ver la verdad, la ilusión y la realidad. “¡Es él!” me dije, y me acerqué. Comencé a correr, la desesperación se convertía en esperanza. Me sentí feliz, sentí sus ojos y su pelo, sentí sus palabras, su piel. Lo seguí, lo corrí. Venía hacia mí. No había nada que pudiera separarnos. Y entonces… sentí el impacto. El fuerte impacto de la motocicleta contra mí. Pobre muchacho, no tenía ninguna culpa, pero en estas historias el final siempre es triste, no es un cuento de hadas. Me sentí caer, caer al vacío, desparecer. Sentí como cada uno de mis instantes volaba en dirección a la nada, terminaba, todo se iba, nada importaba ya. Pero me sentí libre, sí. Sentí la libertad correr por mis venas, por esas venas que ya no tenían pulso. Sentí el dolor transformarse en júbilo. Sentí la sangre como lágrimas de alegría. Y entonces, lo sentí a él. Sentí su piel, sentí su olor. Sentí que en ese instante, todo terminaba para siempre y yo era tan feliz.

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