domingo, 29 de julio de 2012

Un silencio que no calla


El sol se mostraba cálido y apacible. El aire algo fresco, las manos heladas, los labios callados. El azul del cielo intenso, el lejano paisaje montañoso, la oscuridad familiar del horario de la siesta, todo parecía tan silencioso, tan…en la nada.
Me recosté sobre un césped que crujió debajo de mí, reseco, rojo y amarillo. Nada de humedad, nada de ruido sólo el suave susurro del viento, de los pasos de los perros rodeando mi cuerpo que en ese espacio inmenso se veía tan pequeño ¿Y qué tal si miraba el cielo? ¡Qué diminuta me sentía! Y en esa pequeñez, esa insignificancia, abrí la puerta hacia mi nuevo mundo, me recosté sobre las palabras, mi cabeza se dejó llevar por nuevas ideas, por nuevos paisajes, nuevos mundos que nunca antes había llegado a imaginar.
En esa instante de silencio, en ese mundo diferente, me arrojé sin escrúpulos por el abismo de la imaginación, jamás creí que en aquella paz pudiera encontrar tanta acción, ni que en aquel negro de las diminutas letras arial pudiera encontrar tanto color. En esas intensas horas, no pude ver más brillo en el sol que en aquellas ideas que refulgían en mi mente, formando imágenes claras concretas de un universo que se abría ante mí, lleno de emociones y de sensaciones diferentes, lleno de personajes y de sus historias y de las historias más pequeñas que formaban historias más grandes. Me sumergí en un mar de comas, puntos y unos que otros guiones. Me escondí en el refugio de una gramática que se mostraba rígida, pero flexible frente al frío viento que intentaba derrumbar su estructura. El silencio no hacía más que amplificar los fuertes sonidos que en mi mente resonaban, los gritos, las caídas, las corridas, pasos silenciosos y un río que corría descontrolado sin caber jamás en su cauce. Y así, era mi lectura.
Aquel hombre no lo pudo definir mejor, un río salvaje, que no cabe en sus cauces. Ruinas, ruinas de un país antiguo, el país de las letras, un país que debemos revivir. Un país que olvidan, pero que nunca desaparece. Un país sonriendo frente a un presente nefasto, una sociedad de rechazo, un estado de ignorancia.
Adiós, adiós dije en aquel momento en que un grito de orden destrozó el silencio, lo partió por la mitad y el sonido de mi mente pasó a ser música de fondo. No podía pensar con claridad, no podía recordar donde habían quedado aquellos personajes, mi mente había borrado definitivamente su ubicación, ¿Dónde estaban aquellas niñas? ¿Era sobre el río? ¿O ellas no sabían nadar? Y comencé a ahogarme, ahogarme en el río de las palabras, no podía leerlas y pensarlas, no podía pues el ruido se hacía inminente y eterno. Morí frente aquel papel en la tarde en que el sol y el azul del cielo se esparcían frente a un mundo de cuentos. Ni el pasto crujiente, ni la vista de las montañas pudo salvarme.
A veces, sólo hace falta un error tan simple como un sonido accidental, para arruinar algo tan perfecto como el silencio, el silencio y la paz. La paz y las letras, mis letras. La historia, mi historia.
Volví a revivir horas más tarde, cuando la noche se hizo escuchar y el silencio, de nuevo el silencio y la comodidad de mi cama, abrieron la puerta del otro mundo. Las niñas sabían nadar.


Nono 16 de Julio de 2012, leyendo Traición de Scott Westerfeld.

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